Los estudiosos del tema dicen que, transcurrida ya una década del siglo XXI, la gran mayoría de la población a nivel mundial no sabe cómo encarar la discapacidad o sea aquellas características que hacen a algunas personas diferentes a la mayoría.
El tema es recurrente tanto en los círculos médicos como académicos y de respeto a los derechos humanos. Debates, teorías, simposios y proyectos educativos se ocupan del respeto que merece la discapacidad y, sin embargo, nuestra actitud no cambia, porque al igual que otro tipo de discriminación, por el color de la piel, por la procedencia social o por el seguimiento de diversos credos religiosos, este tipo de discriminación, indigna como todas las demás, persiste.
En las últimas décadas, para tratar de cerrar ciertas brechas, instituciones médicas y educativas, públicas y privadas, están tratando de encaminar sus esfuerzos hacia lo que, optimistamente, se llama la “inclusión” o sea hacer convivir a personas con discapacidades diversas con aquellas que no las tienen.
Se habla de inclusión a nivel educativo, poniendo en las mismas aulas a personas con discapacidad con alumnos regulares, diversas empresas, como parte de las tareas de “responsabilidad social” que deben cumplir en beneficio de la comunidad, contratan a discapacitados, y los centros de esparcimiento los aceptan sólo porque la ley lo ordena.
Pero en esas ocasiones, del dicho al hecho hay, realmente, mucho trecho. Porque en las escuelas inclusivas hay padres que no aceptan a los diferentes y muchas empresas no aceptan emplear a personas con una cojera leve o una discapacidad similar, que en nada dificulta el trabajo que deben realizar. Y si los aceptan, por cumplir con la ley o para demostrar “responsabilidad social”, les ponen tales condiciones y parámetros de comportamiento que les recuerdan permanentemente el favor que les hacen al emplearlos.
Según la opinión de especialistas, como la doctora peruana Adriana Rebaza, pionera en el país en el campo de la rehabilitación de personas “diferentes", el rechazo inconsciente hacia la discapacidad es, en el fondo, el temor que tenemos de vernos algún día en una situación semejante.
Y sin embargo, a diferencia de otras características que provocan discriminación, la discapacidad puede alcanzarnos a todos a cualquier edad y en cualquier momento de la vida.
Un accidente de tránsito, un incidente doméstico, una enfermedad cualquiera, una intervención quirúrgica de poco riesgo, un asalto callejero o cualquier otro suceso de esos inesperados que nos depara el destino pueden convertirnos en discapacitados y hasta causarnos la muerte.
Pero todas esas posibles circunstancias no nos pasan por la mente en relación con nosotros mismos. Cuando estamos sanos y felices, cuando parece que nuestra vida transcurre como una película en colores, palabras como vejez, desamparo, dolor y compasión, preferimos no escucharlas y mucho menos pronunciarlas.
Y sin embargo, deberíamos hacerlo, porque, el “certificado de garantía” de nuestra salud y nuestra vida, lamentablemente, siempre tiene fecha de vencimiento. Fuente: El Peruano